01 La rata en Constanza (2)
Mientras se dirigía a la puerta, Louise solicitó al Núcleo de la oficina que borrara toda la información relativa al expediente «Thomas» de forma segura, a excepción de la copia de su Nodo. Poco después sonó el aviso de llamada de su hija.
—¡Cariño!
—Hola, mamá. Es que Hedda ya se ha ido y te echo de menos. ¿Vienes el sábado?
—Pues… En principio no.
—Jo…
—Bueno… Vale —dijo Louise alargando las aes—. ¡Sorpresa! Mañana desayunaremos juntas. Iré a recogerte a la Mainau bien temprano.
—¿De verdad, mami? —Julia estaba exultante.
—Sí. Haremos las maletas y nos vendremos a Londres. Por la tarde te llevaré a los jardines de Kew.
—¿Las dos solas?
—¡Pues claro! Es más, podrás quedarte conmigo todo el tiempo que quieras, diga lo que diga tu abuelo. Y ahora, quítate el Nodo, déjalo en la mesilla y duérmete, cariño.
—Vale. Te quiero mucho mamá.
—Yo también, cielo.
—¿Te pasa algo, mami?
—No, no. Es… Solo que estoy muy cansada.
—Pero…
—Haz caso a tu madre y duérmete. Cuando llegue te daré un beso fuerte y…
—¡Y un gran abrazo! —chilló Julia.
—Adiós, cariño —dijo Louise, que sonreía.
—Adiós, mami.
La llamada de su hija le había alterado, pero finalmente Louise se puso el abrigo y salió a la calle. Chispeaba. Nina seguía enviando novedades pero ella no podía más, por lo que decidió desconectarse un rato mientras se dirigía hacia el coche acompañada por un Nano de seguridad que sostenía un paraguas. Un rato después llegó a la terminal de Gatwick, el encargado le informó que todo estaba listo y le preguntó si deseaba comer algo pero ella indico que «no», que «solo agua».
El avión salió de inmediato en dirección a Alemania con una única pasajera. Louise buscó en el cajón lateral del asiento el libro en papel que guardaba allí, la reliquia que abría entre viaje y viaje para sumergirse de nuevo tres mil años atrás en la historia de una Roma que esta vez daba un vuelco cuyas consecuencias aún acusaba Occidente entero: Lucrecia, la esposa de Colatino era violada por Sexto, el hijo de Tarquinio, rey de Roma. Ella se suicidó. El ultraje sufrido por Lucrecia y su muerte hicieron caer la monarquía y que se alzase la República…
A medida que el pasado romano se difuminaba, Louise se relajaba.
El Núcleo del aparato la despertó antes de aterrizar. Cuando se incorporó notó cierto mareo y pasó del avión al Bentley de manera automática, medio aturdida. Ahora, a las puertas de la Mainau intentaba recordar, pero desde que se tomó aquel vaso de agua había sido incapaz de pensar con claridad.
—Bitte, Louise, aus! —repitió el chófer, que se impacientaba.
—Nein! —Louise no se movió. No podía dejar de pensar en la información alojada en su Nodo.
El falso chófer bajó del coche y mientras se dirigía a la puerta trasera con la intención de abrirla, sacó del bolsillo interior de su chaqueta un puntero con el que disparó un haz de energía que atravesó el cristal blindado de la ventanilla sin romperlo, y que causó estragos en el interior de Louise, quien sintió como su cuerpo se desconectaba. A este primer pulso siguieron otros dos mientras las notas del réquiem ocultaban bajo su extraordinaria belleza tanta mezquindad.
—El officium… —se deleitó el asesino, que abrió la puerta desde fuera, alzó con delicadeza el cuerpo y lo sacó del interior del coche para depositarlo en el suelo.
Con la mano derecha apartó el pelo de la cara de la chica, tomó un cilindro transparente del bolsillo de su pantalón y apoyándolo en la sien de la mujer, presionó. Un mecanismo de corte rebañó la piel, perforó el hueso y accedió al cerebro hasta conectarse al Nodo neuronal que daba soporte a la conexión de Louise con su Núcleo. Olía mal y la sangre hervía formando un círculo reseco alrededor de la incisión. Un pitido indicó que se había completado el proceso de copiado de la información y que, a su vez, se había activado el limbo de soporte gracias al cual Louise seguiría viva a todos los efectos.
Tras desvestirse, el criminal lanzó su ropa dentro del maletero y activó el cinturón inteligente que llevaba en torno a la cintura para que desplegase por todo su cuerpo, salvo por el rostro, un traje térmico de buceo; luego cargó con la muerta y descendió a trompicones hasta el lago desapareciendo entre la niebla, que había comenzado a espesarse, mientras unos cuantos Nanos diminutos liberados desde el coche practicaban en el hielo un agujero circular tan amplio como para que cupiesen dos cuerpos a la vez.
El hombre esposó un mini torpedo a su muñeca, y otro a la de su víctima antes de incrustarle un bombaluz en el pecho mientras los pequeños robots se encargaban de borrar sus huellas en la nieve y en el hielo. Inspiró hondo y se lanzó con quien antes fuera Louise al agujero. Cuando desaparecieron bajo el agua, los pequeños Nanos sellaron la apertura y se desintegraron.
El asesino, que había activado el proyectil atado a la madre de Julia, se apartó de ella nadando mientras la veía hundirse. Luego mordió un cartucho que llevaba en la mano con el fin de poder respirar y activó el otro torpedo, que tiró de su cuerpo ajustando la trayectoria y la dirección de su desplazamiento hacia el lugar previsto para el contacto: allí donde el lago se derrama sobre el Rin para continuar su caída hacia el Mar del Norte. Junto a uno de los embarcaderos de aquella orilla, una rata dejó de mordisquear basura y se giró hacia el lago atraída por el borboteo repentino de agua descongelada. Se aplastó contra la nieve, miró al lago, luego al bosque nevado y se irguió. Fue el único testigo de como emergía de las profundidades un extraño pez con patas al mismo tiempo que descendía desde el cielo un silencioso Dragonfly que acariciaba el aire batiendo alas y desordenándolo todo.
El animalillo, que contrarrestaba la fuerza del aire desplazado, cayó de bruces cuando el aparato se posó. Poco después un pulso térmico en el traje de aquel ser que había emergido del agua creó una nubecilla a su alrededor, antes de recogerse y dejar desnudo a un humano que subió al transporte, introdujo un cilindro en un contacto y se tumbó. Acto seguido el Dragonfly inyectó a su pasajero una dosis ZIP-propranolol que impediría que la adrenalina fijase los recuerdos mientras desencriptaba la copia del Nodo de Louise y comenzaba la transmisión de los datos.
La aeronave selló la cabina y se elevó en silencio.
A medida que ganaba altura, los pensamientos del verdugo se difuminaban, su mirada se vaciaba y su rostro de querubín maduro se iba relajando. Poco después, algunos satélites de observación detectaron tres destellos simultáneos en Europa: uno a dos mil pies sobre el Canal de La Macha, otro bajo las aguas del lago Constanza y el tercero junto a la isla de Mainau, a cuyas puertas quedaron los restos calcinados del chasis de titanio de un vehículo.
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