00 Un «santaclaus» en El Renacuajo (1)

La Pinta llegó a su destino en el mismo instante en que zarpó.

Recorrió como por arte de magia los cuatrocientos millones de años luz que separan La Vía Láctea de la galaxia de El Renacuajo y fue la primera nave en demostrar la viabilidad de los viajes intergalácticos.

Para la mayoría era «El Cepillo de Dios», el ingenio más grande y feo que uno pueda imaginar, un cilindro kilométrico con cientos de contenedores clavados a su alrededor que transportaba a tres pasajeros: una mujer, un hombre y Núcleo, su cerebro.

En el centro de control de la misión, cuya sede se encontraba en Higía, la noticia se había convertido en champán mientras todos aguardaban con los brazos abiertos la llegada del resto de los datos. Se había logrado un avance que libraría al hombre de los dictados de la gravedad, del tiempo y del espacio, pero el motor de entrelazado que había hecho posible este viaje, necesitaba materia exótica para funcionar, así que se había montado esta primera expedición para recolectarla en la cola de El Renacuajo, donde dicha materia abunda a lo largo de un tramo lineal de polvo y estrellas que no son sino los escombros del choque colosal de dos galaxias.

Cuando La Pinta apareció en su destino comenzó a moverse y a esparcir sus contenedores, vagonetas mineras dotadas de inteligencias artificiales, IA elementales, que habían sido configuradas in situ por Núcleo de modo que regresaran a la nave cuando su capacidad de carga se encontrara al máximo. Él había calculado un par de semanas para volver al Sistema Solar con las bodegas repletas, así que todos habían encontrado normal que aquel viaje a lo desconocido estuviera resultando un paseo por el parque y la ausencia de novedades, rutina.

Núcleo lo exploraba todo: los soles, sus planetas, lunas, asteroides y cometas… Hasta que un día llamó la atención de los humanos sobre una nebulosa cercana que estaba por cartografiar: su colorido era tan asombroso que ni Carlo ni Beatriz encontraron entre sus recuerdos nada con lo que comparar tanta belleza.

Los días iban pasando.

Aunque en el interior de La Pinta reinaba la primavera, a Beatriz le gustaba dormir en su camarote bajo un invierno programado. El cuarto día, cuando acababa de coger el sueño, la despertaron.

—Bea, Be-a.

—Mmmmm.

—¡Bea!

—¡Eh! —Ella agarró su manta y se giró— ¿Qué pasa?

—Es Núcleo. ¡Está loco! —dijo Carlo.

—¿Y para eso me despiertas? Pues vaya novedad.

—La nave ha vibrado varias veces, le pregunté que qué ocurría y me dijo que había lanzado una alerta de reunión, que los contenedores se iban acoplando y que ¡nos vamos!

Pocas cosas fastidiaban tanto a la mujer menuda que se aferraba a su manta como que la despertaran, pero la mirada llena de determinación de Carlo y su piel oscura que se mimetizaba entre la penumbra, le conferían un aire de seriedad que delataba su preocupación, así que Beatriz saltó de la litera sin avisar y su novio, que con esa barba y esa altura parecía un buen salvaje, no supo qué hacer cuando la comandante se le vino encima.

—¿Irnos? —preguntó Beatriz recogiéndose el pelo en una coleta.

—No… ¡Sí! —respondió Carlo sintonizando de nuevo su cabeza.

—¡Núcleo! ¿Nos largamos?

—¿Recuerdas la nebulosa, Bez? —Núcleo acostumbraba a llamar así a Beatriz.

—Sí —dijo la comandante.

—Oculta un santaclaus.

—¿Estás de coña? —Beatriz salió disparada hacia el puente de mando seguida por Carlo.

—No, Bez, no es ninguna broma. Tenemos un santaclaus detrás.

—¿Qué es un santaclaus? —preguntó Carlo mientras la seguía.

Beatriz se detuvo en el pasillo y le echó el alto a su novio cortándole el paso. Él quiso añadir algo pero ella chistó. Los contenedores continuaban acoplándose y los retropropulsores de uno de ellos se habían activado antes de impactar contra la Pinta para ajustar el ensamblado. En el interior de la nave se sintió la vibración.

—Carlo, ¿recuerdas las misiones Gemini? —preguntó Núcleo

—Las de la NASA, sí, ¿y?

Beatriz, que había entrado en la sala de mando, comenzó a comprobar datos.

—Desde los comienzos de la carrera espacial —dijo la IA—, los Estados Unidos decidieron que, a diferencia de la URSS, su programa sería público. En la Navidad de 1965, los americanos que se encontraban en órbita divisaron unos extraños objetos junto a ellos y dado que las comunicaciones no se habían censurado, a la NASA se le ocurrió que la palabra clave para describirlos sería santaclaus. Esto evitaría que cundiera el pánico entre los contribuyentes, que seguían las misiones en directo a través de la radio y de la televisión.

Beatriz seguía trabajando impertérrita, lo que hizo pensar a Carlo que tenía por compañera a una piedra.

—Dieciocho minutos —informó Núcleo.

—Pero no podemos llegar a Higía con los contenedores medio vacíos —replicó Carlo.

—No, no iremos allí, es demasiado arriesgado pero debemos largarnos cuanto antes porque ignoro lo que puede suceder si nos quedamos —añadió Núcleo.

—¿No lo sabes? —dijo Beatriz.

—Es por el santa. No sé lo que es, ni lo que quiere, ni de dónde viene, ni por qué está ahí… Y no podemos cometer el error de conducir «eso» hasta el Sistema Solar.

—Quizá también busque algo aquí —comentó Carlo.

—Voy a poneros al día —dijo Núcleo—. Desde hace horas están desapareciendo contenedores. A muchos no los he vuelto a ver y otros, cuya comunicación se había interrumpido, se han autodestruido. He examinado los datos recopilados desde nuestra llegada y he descubierto un patrón: en las zonas donde los he perdido, he encontrado trazas de actividad energética que no es ni natural ni nuestra.

La IA, es decir Núcleo, proyectó frente a ellos una grabación acelerada del seguimiento de los contenedores en la que se veía cómo se esfumaba uno que se dirigía al tajo.

—¡Osti…! —escupió Beatriz.

—¡Para!, ¡para, para! —se agobió Carlo.

Núcleo avisó que activaría enseguida los trajes EVA, los trajes de actividad extra vehicular, y les pidió que se sentaran.

—Nos teleportamos en quince minutos —anunció.

Mientras los trajes se ajustaban, Núcleo continuaba hablando.

—Mirad la nebulosa: ¿veis algo raro?

—No —afirmó Carlo.

—¡En el color! —dijo Beatriz después de un rato—. ¿Es un fallo de camuflaje?

—Estamos frente a un trampantojo colosal. No pude saberlo antes porque una parte está muy bien disimulada y no interactúa con la luz visible ni con el resto del espectro electromagnético, pero lo que nos acecha se camufla perfectamente entre nosotros y la nebulosa copiando lo que vemos al fondo.

—¿La nebulosa es una ilusión? —sugirió Carlo.

—Sí, esta que estamos viendo es una ilusión —explicó Beatriz.

Núcleo sabía que entre el fondo de estrellas y La Pinta se encontraba el santaclaus, pero le resultaba imposible realizar mediciones precisas porque se había mimetizado con el cosmos de tal forma que, si bien Núcleo sabía que ahí había algo, no podía afirmar si ese algo se encontraba a mil kilómetros o a diez mil.

—¿Estarán estudiándonos? —dijo Carlo.

—Seguro —confirmó la IA.

—Entonces, ¿son máquinas?, ¿animales?, ¿una colmena?, ¿un metaser?, ¿qué son? —Carlo estaba muy alterado.

—Sea lo que sea —dijo Núcleo—, en su comportamiento subyacen patrones inteligentes.

Carlo entró en barrena cuando oyó aquello: que si «mierda», que si «no quiero morir aquí, ¡vámonos!», y así estuvo un buen rato hasta que el pánico lo devoró. A veces el africano exasperaba a Bea, otras Beatriz importunaba a su novio y Núcleo, casi siempre, hartaba a los dos, pero ahora la cosa se estaba poniendo fea, así que Carlo enmudeció y Núcleo se dedicó a ultimar cálculos.

—Cinco minutos, Bez. ¿Algún inconveniente?

—No.

—Estoy recibiendo una transmisión —dijo Núcleo.

Bea creía que lo mejor era huir y agradeció en su fuero interno que Núcleo pensara lo mismo. Por otra parte, le intrigaba la avalancha de datos que el santaclaus enviaba. Estaba forzando la comunicación con ellos y, si se marchaban, quizá no tuvieran otra oportunidad.

—¿Qué dicen?

—Pues «¡hola!» u «os vais a cagar». No lo sé. Necesitaría un tiempo del que no disponemos —contestó Núcleo.

Entonces, una banda de lascas que comenzó a desprenderse de la matriz de la nebulosa parecía dirigirse hacia ellos: Era tan imponente que podría llegar a comprometer la seguridad de La Pinta tanto como lo hubiera estado la de un banco de kril frente a una ballena hambrienta. Aquella… cosa… de proporciones bíblicas, que no paraba de crecer, estaba formada por cientos de miles de escamas que evolucionaban en el espacio con acrobacias imposibles para la tecnología humana y que se comportaban como un cardumen convulso, tembloroso y aterrador cuyo espectáculo hipnotizaba tanto a los humanos como a la máquina.

—Dos minutos para el entrelazado.

El tropel de lascas ya no disimulaba, se dirigía hacia La Pinta y se estaba acercando cada vez más. A veces dudaba, se retraía de forma caprichosa o avanzaba, giraba sobre sí mismo o se agitaba como un fluido…

—¿Por qué se comportan así? —preguntó Carlo.

*Créditos imagen: Hubble Legacy Archive, ESA, NASA. Procesado: Bill Snyder (HeavensMirror Observatory)

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