Desde España: ¡gracias México!

Libro undécimo de los camarones y tortugas

Izquierda: español / Derecha: náhuatl

Queremos agradecer tanto a los españoles, como a quienes no sois españoles pero habláis el castellano en cualquier rincón del mundo, la gran cantidad de visitas que está recibiendo este blog, especialmente desde México, a donde enviamos desde España un fuerte abrazo.

Nuestra novela “Anomalías” tiene un vínculo especial con América y sobre todo con norteamérica y la riqueza cultural de los pueblos que habitaban aquellos territorios mucho antes de la llegada de los españoles.

En “Anomalías”, uno de sus personajes, en este caso real, se dio cuenta enseguida de que, con la conquista, se perdería un legado humano y cultural de valor incalculable y por eso se fijó como meta principal de su vida preservar todo el conocimiento que los nahuas, principalmente, quisieron compartir con él. Se trata de Fray Bernardino de Sahagún.

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«Libro vndecimo que es Bosque, jardín, vergel de lengua Mexicana»

A través de la obra de su vida: “Historia General de las Cosas de Nueva España”, hizo lo todo lo que estuvo en su mano por evitar aquel desastre y logró su objetivo porque esta obra, que se creía desaparecida, es un compendio del saber, los usos y las costumbres de una civilización pasada, que no perdida. En ella se recogen la raíces de la lengua náhuatl, las de la sociedad indígena; contiene el equivalente a un saber enciclopédico y encontramos desde botánica y biología, describiendo incluso animales hoy extintos, hasta arquitectura y religión.

Es una cápsula del tiempo, una obra manuscrita que no requiere que uno sea paleógrafo para entender la letra de los amanuenses, de tan clara y actual como es. Se trata nada más y nada menos que la obra que recogió el saber del viejo imperio de Tenochtitlan para presentarlo a la “Nueva España Imperial” ilustrado y escrito a dos columnas por página: una en castellano y la otra, con el mismo contenido, en náhuatl.

Fray Bernardino era de León y contaba 30 años cuando llegó a Veracruz.

Existe una curiosa anécdota sobre él: su excelente condición física, sus maneras educadas y su atractivo natural eran tan fuertes que sus superiores franciscanos le aconsejaron mantenerse lejos de las miradas femeninas, ya que ni siquiera el hábito lograba ocultar tales virtudes.

Pronto se convirtió en amigo de los indios y comenzó a gestarse en su cabeza la idea de recoger el saber de aquellas tierras que hoy llamamos México y que tanto amó y tanto se hacen amar hoy día.

Escribió: “Hay un monte muy alto, que humea, que está cerca de la provincia de Chalco que se llama Popocatépetl, que quiere decir monte que humea; es monte monstruoso de ver, y yo estuve encima de él.”

En 1995, Higinio y yo, los autores de «Anomalías«, adquirimos un facsímil de la obra de Fray Bernardino, el que podéis ver en las fotos adjuntas. Javier Tusell, catedrático de historia contemporánea escribió en el volumen de introducción de la obra:

“Lo sencillo era propugnar los bautismos colectivos de indígenas, o incluso, protestar contra ellos, pero fray Bernardino era capaz también de estudiar y llegar a comprender a quienes eran a menudo tan solo sujetos pacientes de la conversión y mano de obra forzada en beneficio del conquistador. Ese afán de conocimiento ya es bien indicativo de una mentalidad moderna, pero más aún lo es el método con el que procedió nuestro franciscano. En cierta manera se puede decir de él que fue un precursor del procedimiento metodológico de la encuesta. Guiado por su pasión de llegar a descubrir lo desconocido, fray Bernardino hacía lo que hoy denominaríamos como encuestas, contrastaba las fuentes y actuaba con un equipo de colaboradores […] Frente a la fuente indirecta, [él] acaba por recabar, en definitiva, el valor de la experiencia propia y de la capacidad de contraste entre ella y lo que le asegura la fuente oral.”

imageNos enorgullece comentar a este respecto que el trabajo realizado por nosotros, los autores de “Anomalías”, lleva la impronta del franciscano y se cimienta en una investigación que hemos llevado a cabo durante años, para poder ofrecer a nuestros lectores una forma de aprender amena, gracias a este vehículo de ocio que es la literatura y a uno de sus géneros que hasta ahora se habían considerado menores, pero que estamos empeñados en fortalecer: la ciencia ficción.

Nuestro recuerdo especial para la Virgen de Guadalupe, que tan estrecho lazo tiene con el monasterio de Guadalupe español de Cáceres y del que tendréis noticia en la continuación de nuestra novela, que ya se encuentra en proceso de preparación.

Y ahora, un regalo para vosotros: aunque se trata de parte del texto del capítulo 43, os regalamos un extracto relacionado con México para animaros a leer nuestra novela desde el principio hasta el final.

Esperamos que disfrutéis de este regalo:
[…]
“—En llegando a Veracruz os vais a México. Id enseguida a México —había dicho Venancio en Uclés, en la cocina, mientras yo jugaba a la rápala.

—No se repita, tío. ¿Qué hay en México? —preguntó madre. —Franciscanos. Ellos son la fuerza dominante de la Iglesia y ganarán el Nuevo Mundo para la Cristiandad, así que se mostrarán agradecidos por toda ayuda intelectual que se les ofrezca: los conocimientos de Al Hakam y esto (dijo señalando con el dedo la cabeza de mi madre) son más valiosos que el oro. En América sobra de todo menos inteligencia, como en el resto del Imperio.Y deberíais acostumbraros a llamar “Álvaro” al morisco.

—¿Es qué no dejas nada al azar? —rió madre.

—Somos pescadores de hombres y en la pesca no cabe improvisar.

—¿Y si alguien pesca al pescador?

—Ni lo sueñes. Inés, todo lo que llega al monasterio pasa por las manos de tu tío y de casi todo lo que ocurre en el Imperio se tiene noticia en Uclés —dijo Venancio halagándose a si mismo—. Todo el mundo vigila a los cargos importantes, pero yo paso desapercibido, así que la discreción me da poder.

Recuerdo que Venancio se relamió de gusto, madre dejó de hablar y me miró con complicidad. Yo la imitaba en todo. Mi madre… Los consejos del tío nos permitieron contactar con los franciscanos en México, pues nos dirigimos allí en llegando a Veracruz. Un par de semanas más tarde fuimos acogidos en el Colegio Imperial de Tlatelolco en donde Julián y Ana se mantendrían por mucho tiempo ocupados con labores de intendencia y Al Hakam y madre con los mandados intelectuales.

Yo me dediqué al estudio del tzemanauacatlahtolli, el lenguaje de los nativos conocido también como náhuatl. Para asombro de todos, lo aprendí en pocas semanas y una vez resuelto el problema de la comunicación con los naturales de aquellas tierras, centré mis esfuerzos en adquirir todos los conocimientos que pudiera.

¡Cuánto disfrutaba!

imagePrácticamente los aztecas llamaron chichimecas al resto de los pueblos que poblaban el centro de América en un sentido similar al de los romanos, que llamaban bárbaros a los demás y como los pueblos sometidos por Roma, los pueblos nativos de Nueva España iban sucumbiendo bajo los conquistadores.

Castilla estaba siendo para América como la carcoma que horada y debilita la madera. Fray Bernardino de Sahagún se dio cuenta de que solo era una cuestión de tiempo que las civilizaciones conquistadas desaparecieran y decidió poner a buen recaudo los conocimientos de los naturales de aquellas tierras, creando un grupo de trabajo con los nahuas a fin de recoger todo su saber. Con este propósito nació la “Historia General de las Cosas de Nueva España”, la gran obra del monje, para cuya elaboración tomó bajo su tutela a los hijos de los caciques, los educó en el saber clásico y construyó con ellos un puente de conocimiento sobre el Atlántico.

Como yo colaboraba en la creación de la Historia General, mi intelecto se enriqueció de tal manera que no creo que en aquel momento hubiera guacho más feliz que yo sobre la faz de la Tierra, pues aprendí lo mejor de mis tres mundos: el nuevo, el viejo y el espiritual. Yo era el único entre los hijos de los caciques, entre el grupo de trilingües que había formado fray Bernardino, que hablaba cuatro idiomas: latín, castellano y nahuatl, como los demás; y el árabe que me enseñó Al Hakam. Estudiábamos la cultura clásica, la española y la nahua: religión, filosofía, costumbres, arquitectura, agricultura, medicina, botánica, zoología… También se nos educaba en la fe cristiana y su doctrina. Solo fray Bernardino sabía de mis conocimientos árabes, que en América estaban prohibidos. Eso creó entre los dos un vínculo especial y durante los paseos que dábamos a solas, él me pedía que le ilustrara. Él atesoraba lo que yo le contaba y me aconsejó que guardara y que conservara siempre mis conocimientos.

—Miguel, no desaproveches el tiempo y aprende —decía—. Eres un privilegiado, pues si bien todos los hombres deberían tener acceso al saber fuera cual fuere este, que es el único bien de la Humanidad, solo está al alcance de unos pocos. Es blasfemo impedir que se conozca la obra de Dios, pues vivo en el convencimiento de que la mente humana ha sido creada con capacidad para comprenderlo todo, a imagen y semejanza de la de quien nos creó, pero debes cimentar tu sabiduría sobre un conocimiento más antiguo y principal cuya esencia ya se encontraba recogida en una frase escrita en el Oráculo de Delfos: Nosce te ipsum, conócete a ti mismo. Bernardino murió sin ver terminada su obra: la única tabla de salvación entre los restos del naufragio de aquellos pueblos. Había sido un trabajo de precisión redactado en castellano y en nahuatl, apoyado por un tercer lenguaje: el visual. Los manuscritos fueron iluminados por dibujantes que dominaban el arte nativo pero que también estaban al tanto de los avances del renacimiento. El color, la perspectiva, la composición… Cualquier vía era buena para recoger y transmitir información. De haber podido hacerlo hubiéramos tomado muestras, olores, sabores, incluso la voz y el movimiento, con tal de mantener viva su cultura, pero no nos fue posible. Solo hubo un día en el que la satisfacción personal de participar en aquella empresa se truncó, y fue aquel en el que fray Bernardino nos contó con pesar, como Diego de Landa y sus simpatizantes habían quemado los códices aztecas y mayas… Fue la única vez que Bernardino maldijo la existencia de mentes tan cortas y creo que nunca llegó a reponerse por completo de aquella abominación.

Bernardino…

Él se encariñó mucho con madre y con Al Hakam. Recuerdo como si fuera hoy mismo que yo deseaba estudiar y ella, que “acariciaba” mi mente por las noches, se me adelantó y le pidió al de León que me tomara bajo su tutela: fue mi regalo de Navidad, la última que pasé con mi familia en México. Vivíamos allí, pero Acapulco comenzaba a acaparar la atención. La opulencia se palpaba en el aire ya que el comercio con Filipinas crecía a medida que pasaba el tiempo y lo que comenzó como una curiosidad, terminó por causar asombro cada vez que llegaba el galeón de Manila cargado a reventar con las riquezas de las islas de las especias y de la China. Dos veces por año, en Navidad y verano, desembarcaban las mercaderías, un sinfín, así que Al Hakam, Álvaro quiero decir, vio en aquel puerto la posibilidad de hacer fortuna y madre, que opinaba igual, le empujó a llevar a cabo este deseo. No estábamos mal en Tlatelolco pero ni avanzábamos ni retrocedíamos, de modo que, tras consultarlo con Ana y con Julián decidieron trasladarse a la costa del Pacífico. Cuando madre me explicó que yo me quedaría en Tlatelolco, junto a México, la noticia no me pesó. Acapulco no estaba tan lejos y fray Bernardino lo aprobó: decidieron que fuese yo quien visitara a mi familia de vez en cuando, porque era lo menos complicado.

Y así fue como me quedé con fray Bernardino y su Historia General. Antes había dicho que se trataba de un excelente compendio del saber nativo, pero nadie conocía, salvo yo, que ese prodigio intelectual se cimentaba en un tesoro oculto, ya que la obra escrita del fraile era una ínfima parte de lo que él guardaba en su cabeza, donde atesoraba un rompecabezas de miles de piezas que se me aparecía en forma de torta de girasol con sus pipas dispuestas desde el centro hacia el exterior cada vez que lo veía. De entre todas las celdas de conocimiento que hallé al asomarme, sin permiso, a su mente, cosa que solo excusó el hecho de haber sido joven e imprudente en aquella época, una llamó mi atención.”

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